Reflexiones de una madre… “aspirante vegana”

 In Lorenza Madre

“El alma es la misma en todas las criaturas, aunque el cuerpo de cada uno es diferente”. *

Por fin vuelvo a teclear.

Volver a escribir es algo así como mirarse a la cara con sinceridad. Con el deseo de que sea un mirarse por dentro, sin ánimos de juzgarse, sino más bien, con ganas de comprenderse. Por eso cuesta, a veces.

Buscamos excusas y motivos válidos para justificar nuestro silencio en ese monólogo en blanco y negro… pero la realidad es que, a menudo, lo que falta no es el tiempo para sentarse y sacarlo todo, sino que simplemente no estamos conectad@s. Cuesta encontrar la inspiración, ese momento en que sentimos que somos el medio a través del cual los pensamientos y las emociones fluyen, desde dentro hacia fuera. Hacia la molesta hoja en blanco

Este verano ha pasado rápido, como siempre. Pero este año ha traído algo nuevo, inesperado. Algo que sabía que llegaría, pero no imaginaba en qué momento.

Pido disculpas de antemano si, al compartir mis reflexiones, incomodo a mis lectores… Pero tengo ganas de decir lo que pienso y siento. Y creo que la conexión de lo que os voy a hablar con el mundo de la maternidad es mucho más estrecha de lo que pueda parecer a primera vista…

He dejado de comer animales hace unos años, ya. No muchos, pero los suficientes para tener claro que voy por buen camino y no tengo intención de volver sobre mis pasos. Y menos, ahora que soy madre. Nunca he sido una gran carnívora, es cierto. Pero tenía mis caprichos. Lo que pasa es que… Ya no sé ni cómo, ni cuándo, he empezado a no disfrutar tanto de esos caprichos.

Pero eso sí, recuerdo el último pescado que comí. En un restaurante de Cadaqués, durante un fin de semana de noviembre. Celebrábamos mis 32 años. No sé si ya sabía que sería la última vez, pero recuerdo claramente la incomodidad ante ese pez –ya sé que se le llama “pescado”, pero la realidad es que había un pez en mi plato– al que tenía de abrir, quitar la piel, quitar las espinas… para poder “disfrutar” de mi comida.

Tampoco puedo decir exactamente porqué tomé esa decisión. ¿Por la violencia hacia los animales? ¿O por una cuestión de salud? ¿Quizás por las dos cosas? Puede ser. Pero en algún momento me debo haber preguntado: si nutricionalmente hay sustitutos… ¿por qué comer animales? ¿Si mi cuerpo necesita 40 horas para digerir la carne… ¿de verdad que eso es bueno para mí?

Podría seguir con preguntas parecidas… Podría mencionar estudios, evidencias, nombrar lecturas, documentales… Sacar el mítico “Eres lo que comes”… Podría hablar de evolución. De medio ambiente. O de violencia y tortura. Y también de cáncer. Pero la idea de este post no es esta, paso de convencer a nadie.

La idea es que hoy, tras un par de meses sin lácteos ni huevos, me atrevo a decir que no comemos por el aporte nutricional de lo que hay en nuestro plato, sino que comemos por placer. Nuestros gustos dictan lo que elegimos comer. Y, cuando entendamos esto, quizás seamos capaces de dar un paso más allá y reconocer que, en nombre de nuestro placer, legitimamos el sufrimiento ajeno.

Volviendo a este verano… hemos estado unos días en un camping cerca de Tarragona. Cada día hacíamos algo de turismo en una ciudad o pueblo cercanos. Comíamos allí (principalmente para evitar que yo tuviese que comer, cada día,  ensalada-con-queso-de-cabra-nueces-y-vinagre-balsámico en los chiringuitos) y, tras la siesta de Elva, íbamos a la playa.

El día que fuimos a Tarragona decidimos probar un restaurante vegano. Me llamó mucho la atención su escaparate, lleno de etiquetas y de información sobre el veganismo. Pero mi mirada acabó justo encima de un papelito que decía:

“MADRES Y BEBÉS
En este restaurante vegano respetamos a todas las madres, las de TODAS las especies. Por eso, aquí podrás AMAMANTAR a tu hijo o darle TU leche extraída con sacaleches, pero NO biberón con leche de vaca o de cualquier otro animal no humano.
Por favor, colabora cumpliendo esta norma de nuestro establecimiento. Gracias
Ellas también son madres.”

¿Exagerado?

¿Radical?

¿Discriminador?

¿Excluyente?

O simplemente… ¿coherente?

Desde luego, incómodo, para muchos. Porque da que pensar. Pensar en lo que te metes en la boca.

El caso es que buscaba algo a lo que agarrarme para criticar esta petición. Pero no lo conseguía. No me considero radical. De hecho, mi hija no es vegetariana, porqué no quiero elegir por ella ni mucho menos tener que justificar mi elección, escuchar los comentarios de la gente, dar explicaciones… y un largo etcétera. Intenté ponerme en el lugar de una madre que, por la razón que sea, no da el pecho. Pues nada, si es vegana lo entendería. Si simplemente tiene curiosidad por probar el restaurante… puede dar el biberón antes y/o después de comer.

Pero el restaurante, de su parte, avisa a sus clientes en la misma puerta y coloca la misma información en las mesas, por si ha pasado desapercibida antes de entrar. Está en su derecho de no querer productos animales en su establecimiento. Lo que nos genere ese derecho es cosa de cada uno de nosotros…

Comimos bien. Nadie se levantó hambriento, al contrario, no pudimos acabarlo todo.
Al salir vi que había varias hojas informativas, todas relacionadas con el consumo de huevos y lácteos. Me pareció curioso que no hubiera nada sobre el consumo de carne y pescado. Pero luego entendí que todo el mundo sabe que hay muerte y sufrimiento detrás de su hamburguesa; sin embargo, muy pocos se imaginan lo que hay detrás de lácteos y huevos.

Total, que me llevé “La verdad sobre el consumo de lácteos y huevos” y me prometí leerlo en la playa. Sabía perfectamente lo que habría significado leer esa información. Llevaba años mirando hacia otro lado cuando veía vídeos o imágenes relacionadas con este tema…

…porque no tenía ganas de dejar de ponerle parmesano a mi pasta. Ni me imaginaba viviendo sin mozzarella. Y lo que comemos es, también, parte de nuestra identidad… Porque “Cuestionar nuestras más arraigadas creencias […] implica aceptar que hemos podido estar equivocados toda la vida”**. Y no me daba la gana de hacer un intento y ver que no es imposible. Porque tenía miedo a encontrarme débil y a sentir que había fallado…

Llegamos a la playa y aproveché que Elva se estaba bañando con su padre para ponerme cómoda y despedirme de una parte de mí. Quedé tristemente sorprendida por la información sobre los huevos (los ecológicos también). No tenía ni idea.

Como madre lactante, doula y asesora de lactancia sé cómo funciona la producción de leche… así que nada de lo que leí fue realmente información nueva. Pero algunos detalles relatados en esos papeles acabaron con todas las dudas que tenía. Y, de paso, me hicieron mucho daño.
Una vez más, este post no pretende informar ni convencer, así que no los compartiré… Solo pretendo contaros lo que he vivido. Y decir que es posible hacer el cambio.

Por supuesto, echo de menos el queso. Y los pasteles y los croasanes… Pero me siento mejor desde que no como. Me siento coherente. Lo que siento, pienso, y hago van a la una. Y los dulces veganos son una maravilla 🙂
No tengo intención de liquidar mis chaquetas, bolsos y zapatos de cuero. Pero cuando tenga que volver a comprar me lo pensaré dos veces. Y si, algún día, resistirme a la tentación se transforma en represión… no pienso sentirme culpable. Aceptaré que soy humana y que, a veces, los deseos ganan.

La cuestión es que, tarde o temprano, todos tendremos que dejar de comer animal. Y, lamentablemente, no será ni por compasión, ni por ética, sino simplemente porqué no es sostenible bajo ningún punto de vista. Me pregunto si tendremos que llegar a ese extremo… Y os dejo con unas palabras de Horacio:

“¡Atrévete a ser sabio! ¡Deja de matar animales! El que está aplazando la hora de la vida recta, es como el labriego que espera a que el río se seque para cruzarlo”. 

*Hipócrates

**David Fischman

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